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“Al Encuentro de nuestras
raíces rítmicas” La vida está llena de ritmos que nos alcanzan, nos abrazan, nos impulsan e
inspiran nuestros movimientos y nuestras pausas… La vida pulsa constantemente
entre la acción y la quietud… entre el sonido y el silencio, entre el vacío y
la plenitud. La Vida es rítmica y nuestros ritmos la
acompañan La vida es rítmica; es una danza constante al compás del
tiempo, que todos bailamos en sintonía. Nuestra Madre Tierra como el Universo
pulsan rítmicamente y nosotros, como todos los seres vivos, seguimos su pulso. Los ritmos marcan los vaivenes vitales de la Creación y
de ellos, nace la gran unidad de ritmos que -en armonía infinita- trasciende
todas las individualidades. La fuerza vital en su máxima expresión es una
síntesis rítmica de todos los ritmos de cada pequeña partícula del Universo. Captamos los procesos de la vida a través de sus ritmos;
desde el momento de la gestación y durante la vida intrauterina, el corazón de
la madre y el del bebé crean juntos poli-ritmos, que se identifican con los de
la vida misma. A los seres humanos esto nos fascina; basta observar que,
cuando escuchamos una música, nuestro cuerpo comienza a moverse acompasándola;
pies, dedos, manos marcan el compás, o el pulso, o todo… Hacemos ritmos cuando
tocamos algún instrumento, cuando hablamos o cantamos, cuando recitamos un poema,
cuando hacemos cualquier actividad cotidiana… incluso, cuando hacemos pausas y
silencios, porque también son partes del ritmo y del movimiento. La naturaleza está llena de ritmos como los que marca la
luz del día, los que aparecen o desaparecen con la noche; los impulsados por el
viento, la lluvia, el calor, el frío; son los ritmos que acompañan el vacío y
la plenitud, que con su presencia sostienen la vida. Pero existen también
aquéllos que marcan las culturas, aquéllos que producen nuestras acciones,
aquéllos que inspiran nuestras transformaciones. Los ritmos humanos siguen los ritmos de la vida o no… y
entonces, hablamos del ritmo de la salud y de la enfermedad. Cuando nos desconectamos del compás del entorno, o cuando
seguimos ritmos ajenos a los que dibujan “nuestra huella rítmica personal”… o
cuando “perdemos conciencia de nuestra identidad rítmica en armonía con el
contexto mayor”… también nos alejamos del equilibrio saludable de nuestras
energías. Un cuerpo quieto pasa a ser un problema y no un recurso,
porque la vida es movimiento. Cuando hablamos de quietud corporal, mental,
emocional nos referimos a la conciencia del equilibrio de movimientos, al
balance pero no, al estancamiento o inmovilidad absoluta. Existe otro ritmo impuesto por el reloj que tenemos en
casa o el que llevamos puesto… pero su tic-tac nos encuadra en un patrón
rígido, lejos de reflejar exactamente el ritmo vital,es apenas un ritmo
convencional generado por nuestra intelectualidad. Es importante entonces, que hagamos una pausa y
percibamos con todos nuestros sensores, la vida a pleno ritmo y nuestro ritmo
personal dentro de ella. Vivir
con ritmo En la Vida, la presencia del ritmo es fundamental; todos
los fenómenos y acciones tienen sus ritmos. La vida transcurre con pulso y con
ritmo y, para ser parte de ella, necesitamos “ser pulso y ritmo”, recordando
que aquél lleva en sí mismo el ritmo vital de las palpitaciones. Conocer el ritmo es tener en cuenta también la pausa,
porque es parte del movimiento. Cada movimiento que hacemos debe darnos
presencia, conectarnos directamente con la vida, hacernos sentir vivos,
vincularnos con la belleza intrínseca de cada actividad que hacemos, de cada
acción, de cada pausa y cada silencio. Movernos fuera del ritmo podría lastimarnos.
¿Qué podemos aprender del ritmo? Nuestro aprendizaje es conseguir realizar cualquier
práctica funcional asociada a la belleza, buscando y encontrando el núcleo de
nuestro propio ritmo cada vez que usamos nuestro cuerpo: cuando doblamos o estiramos
un papel, cuando escribimos en nuestra notebook, cuando ordenamos la casa,
cuando llenamos o vaciamos un cajón, cuando lavamos, cocinamos, cuando subimos
o bajamos escaleras, cuando aramos, sembramos o cosechamos… Esto nos permite optimizar nuestra energía al
hacer cualquier movimiento en una función determinada. Nuestro caminar cotidiano tiene que convertirse en algo
más que un simple ir y venir de un lugar a otro e incluir todo lo que sucede en
ese trayecto: los encuentros, los cruces de miradas, sensaciones, aquellos
sentimientos que despiertan nuestro recorrido y nuestros movimientos; todo es
parte del andar; ese andar es ritmo y es también una danza. La danza supone un conjunto de movimientos complejos, en
los que brazos, manos, piernas, caderas realizan ritmos diferentes, pero
asociados a una estabilidad central que sigue las pulsaciones del cuerpo.
Nuestro caminar tiene que convertirse en una danza, porque cuando estamos bien
coordinados, podemos hacer varias cosas a la vez optimizando nuestra energía y
sosteniendo nuestra vitalidad. Ritmo y Eficiencia La eficiencia supone hacer estrictamente sólo lo
necesario, sin añadir absolutamente nada que dé belleza a la acción.
Culturalmente, se considera que agregar un ritmo a una tarea le quita eficiencia.
Pero en realidad, de este modo se está perdiendo conexión con la belleza de
agregar ritmo a lo que hacemos y permitirnos disfrutar amorosamente de la
actividad. Por un momento, imaginémonos cantando, mientras hacemos
alguna tarea pesada, que demande mucho esfuerzo físico- por ejemplo- Si le
agregamos un canto rítmico que acompañe nuestros movimientos en esa tarea ¿cómo
nos sentiríamos? ¿Hemos tenido la oportunidad, alguna vez, de transitar
experiencias como ésta? ¿Cómo resultó la tarea entonces? ¿Qué ocurrió con
nuestro humor, nuestro estado de ánimo, nuestra energía? … Estas preguntas
están suponiendo que más de una vez habremos podido vivir algo similar… Por
eso, sólo es cuestión de buscar en los archivos de nuestra memoria, algunos
ejemplos para rescatar y recordar los efectos de encontrar el ritmo de la
belleza en todo lo que hacemos en nuestro día a día. Con ritmo, podemos ser eficientes de un modo inspirador,
usando todos los sentidos y creando arte en cada acción o actividad. Se trata
de descubrir esa musa que nos habita y despliega sus alas cuando hacemos vibrar
nuestra cuerda interior, conectándonos profunda y conscientemente con la
esencia de la vida, que es la belleza. Así estamos presentes de un modo
creativo en todo lo que hacemos, transformando nuestra obra cotidiana en el
arte de vivir… y nuestra vida, en una obra de arte. Tiempo de recuperación Cada persona necesita escuchar, observar, sentir,
percibir su cuerpo, el vaivén de sus pensamientos, sentimientos y emociones;
necesita descubrir sus tiempos internos, personales y su propia cadencia. Si
bien existen parámetros construidos a partir de la observación, ellos –desde lo
estrictamente humano- sólo pueden indicarnos tendencias, aproximaciones,
posibilidades de comportamientos corporales frente a estímulos internos y
externos, que inciden en el equilibrio energético personal. Los ritmos personales Cada ser humano tiene su propio ritmo para vaciar y
volver a llenar el espacio liberado, ya sea en su mente, en sus emociones… en
sus espacios internos o externos. Cada persona tiene sus ritmos para iniciar
los procesos de cambio, para entrar en acción, hacer pausa, silencio y tomar
conciencia. Y ellos, son como una huella digital que le dan una identidad
personal. Simultáneamente, sus ritmos internos se vinculan todo el
tiempo con otros, externos, que dan sentido y contenido a los suyos y todos
juntos forman una unidad que se integra a los ritmos de la vida. La experiencia corporal de los ritmos
sonoros y musicales Nuestros sonidos internos Nuestro cuerpo es sonoro; en él se alternan rítmicamente
vacío y plenitud, movimiento y quietud. Todo espacio libre tiende a ocuparse;
todo espacio lleno, a vaciarse. En este proceso de vaciado y llenado, el
movimiento pulsa produciendo sonidos, como el de los líquidos que circulan por
la red de vasos, el del aire que entra y sale por la nariz o la boca, el de los
jugos gástricos, el de los latidos del corazón… Muchos sonidos nos acompañan permanentemente, pero a
veces, no tenemos conciencia de ellos. Darnos cuenta de su existencia nos
permite desarrollar una gran habilidad para estar presentes, para habitar
nuestro cuerpo, reconocer sus energías y sintonizar las ondas de vida. Percibir conscientemente nuestros sonidos internos es
agudizar nuestra capacidad sensorial y darnos cuenta del movimiento de la
vitalidad, del ritmo de la vida presente en nosotros y en todo lo que nos
rodea. Una experiencia sencilla para darnos cuenta
de los ritmos sonoros que hay en nuestro interior El primer paso es entrar en nuestro espacio de silencio
personal, aquietando la mente, las emociones, cualquier movimiento corporal y
sólo después, comenzar a explorar. Consideremos que es una experiencia lúdica,
un juego auditivo, sensorial y rítmico. Produzcamos sonidos intencionalmente en la laringe hasta
percibir las vibraciones internas, generemos melodías que apenas puedan
escucharse afuera, como sonidos secretos, personales e íntimos. Hagamos un
registro, un reconocimiento de las percepciones emergentes, su incidencia
corporal, muscular, sensorial. Juguemos entre los sonidos y el silencio, entre
el vacío y plenitud; encontremos similitudes y diferencias. Produzcamos un
monitoreo a través del tiempo que nos permita comparar, sacar conclusiones
personales y compartirlas con otras personas a quienes previamente hayamos
invitado a meterse en esta experimentación. Los ritmos sonoros externos y nuestro
cuerpo Los sonidos son vibraciones rítmicas ondulantes que
afectan todos los cuerpos. Nuestro cuerpo físico los recibe, los sensores
envían información a nuestro cerebro y nuestro cuerpo responde a esos
estímulos, pero… ¿entran al campo de nuestra conciencia? Muchas veces, no!
Entonces… la propuesta es entrenar nuestra atención. Cuando una música suena es difícil que el cuerpo
permanezca absolutamente inmóvil, porque los sonidos que vibran en el espacio
alcanzan nuestras células, las involucran, nos involucran, somos permeables a
ellos. La música está también adentro de cada ser; todos tenemos
nuestra melodía interna, ésa que forma parte de la huella rítmico-sonora que
nos identifica. Nuestro nombre tiene sonidos y tiene ritmo. La música vive
adentro de nosotros; es algo más que sonidos que se escuchan, es parte de
nuestra identidad. Los sonidos impulsan el movimiento; cada movimiento crea
ritmos y los ritmos son parte de la vida misma y en ella, todos los ritmos se
encuentran y tejen redes sonoras que nos incluyen: los ritmos individuales se
asocian a los grupales y a otros muchos ritmos, como los cósmicos, ambientales,
culturales, biológicos, temporales. En esa armonía se sostiene la fuerza de la
vida. Mantener nuestra conexión con la raíz L@s african@s tienen el sentido del ritmo sumamente
desarrollado; crean poli-ritmos todo el tiempo, cuando caminan, cuando hablan,
cuando narran sus historias, en cualquier actividad funcional-laboral. Los
bebés son cargados por sus madres en las espaldas o al costado de su cuerpo,
hasta por lo menos los 2 años y cada vez que ellas danzan, caminan, hacen
alguna actividad y se mueven armoniosamente, el bebé percibe y aprende, recibe
una transmisión directa que el cuerpo nunca olvida, generando una memoria
rítmica y vital. Cuando la mujer africana camina, danza; todos sus
movimientos son relajados, todo su cuerpo camina, no sólo las piernas y los
pies. Ese andar le da presencia, gracia, belleza y dignidad. Así como en el mundo occidental nos repetimos la famosa
frase…“Pienso, luego existo”… en África tal vez podríamos decir que la
frase que identifica las culturas africanas es… “Danzo, luego existo”. Y
tal vez sea buena idea iniciar nuestro “trámite de adopción”!!! Si usáramos estas imágenes como un espejo de nuestro
caminar, también podríamos percibir en nuestro andar esa sensación relajada de
la danza; ser más conscientes de nuestro ritmo personal, vinculándonos desde él
con el ritmo de nuestro universo cotidiano y, seguramente, nuestra conexión con
la vida se transformaría en un vínculo firme y profundo. Tenemos muchos recursos simples para entrenar nuestra
conciencia en los ritmos personales. Podemos usar nuestra voz, nuestra
capacidad creativa para hacer percusión vocalizando, con las palabras, con
nuestras manos y nuestros pies, con todo el cuerpo! Podemos caminar como si estuviéramos danzando, dejando
libres brazos, piernas y caderas, con la columna vertebral flexible y erguida a
la vez, totalmente relajad@s y encontrándonos de lleno con el pulso vital.
Podemos descubrir el ritmo de nuestras palabras, de nuestro nombre, de nuestras
narraciones, nuestros movimientos rutinarios y nuestro hacer cotidiano. Se trata de soltar nuestras ataduras culturales,
explorar, vaciarnos de viejos patrones y hacer lugar a lo nuevo; se trata de
descubrir y descubrirnos, de transitar nuevas experiencias, de conectarnos con
nuestro ritmo personal… de vivir con belleza. Porque… todos los días hacemos ritmos sin darnos cuenta,
sin intención; simplemente… espontáneamente… hacemos ritmos cuando caminamos,
cuando hablamos, cuando escribimos, limpiamos, cocinamos, construimos,
pintamos, lavamos, cavamos, plantamos, cosechamos… en cada actividad. Nuestra
vida transcurre en medio de poli-ritmos. Y quizás, el modo más simple de
descubrirlo sea volvernos conscientes de esta multiplicidad rítmica que forma
parte de nuestra vida diaria. Entonces… “Nos” invito a conectarnos con nuestra propia
naturaleza, usando plenamente nuestros sentidos, con la sensibilidad a flor de
piel, viviendo plenamente nuestra corporalidad, dejando que los ritmos suban a
la superficie, que aparezca el movimiento como develando un misterio. Porque la
vida es ritmo!!! Cuando agregamos ritmos a nuestras rutinas
agregamos belleza y armonía a nuestra vida. Esther Mónica Shocron Benmuyal
semillasluzparalavida@yahoo.com.ar |